miércoles, 16 de diciembre de 2009

EL HITLER AFRICANO. por Ivan Romero Torres

Cierto dia estaba leyendo un articulo en el peridioco El País, y me parecio muy ineteresante lo que se publico, por eso quiero compartir con ustedes el articulo espero y sea del agrado de ustedes.


El Hitler africano
El País
Marta Rivera de la Cruz, 19/03/06

Semanas después del estreno de su película documental sobre el presidente ugandés Idi Amín Dadá, el cineasta Barbet Schroeder empezó a recibir llamadas desde Uganda. Sorprendido en pleno sueño, el director tardó unos minutos en entender las frases entrecortadas de sus interlocutores. Le hablaban en francés, muchos de ellos llorando: “Señor, haga lo que le dice”… “mis hijos están aquí, señor, hágale caso”. Schroeder comprendió por fin. Unos días antes se había negado a suprimir de su película sobre Amín algunas escenas que no gustaron al dictador. Así que el tirano encerró en un hotel a un montón de ciudadanos franceses con sus familias, les dio el teléfono de Schroeder y pidió que le explicaran la necesidad de retirar del filme las secuencias de la discordia. Aquella misma noche, el director se comprometió a censurar su película. Conocía lo suficientemente bien a Idi Amín Dadá como para saber que mataría a todos aquellos franceses, niños incluidos, si sus demandas no eran atendidas.
Idi Amín Dadá rigió los destinos de Uganda de 1971 a 1979. Le bastaron ocho años para hacer perder al país el tren del progreso. Uganda, llamada por Churchill “la perla de África”, fue la joya del imperio británico en África. Su clima benigno, la extraordinaria fertilidad de la tierra, la belleza de sus paisajes y el caudal de los ríos hacían de Uganda una nación con posibilidades de desarrollo. Allí se encuentran las fuentes del Nilo, las Montañas de la Luna, bosques de caucho, extensas plantaciones de té y de café, selvas vírgenes y lagos con nombres de reyes. Si en el África expoliada por las colonizaciones había un país con opciones de futuro, ése era Uganda. Pero el destino había dispuesto las cosas de otra manera. Cuando Amín fue derrocado, dejó tras de sí 300.000 cadáveres y una nación devastada económica y moralmente, donde el robo, la extorsión y el crimen eran una forma de vida.
Idi Amín nació en 1925 en una familia de campesinos pertenecientes a la tribu kakwa. No había terminado los estudios primarios cuando ingresó como pinche de cocina en el cuerpo de Fusileros Africanos del Rey, así que sus primeras actividades militares se limitaron a mondar patatas. Las acciones bélicas llegarían en los años cincuenta, durante la insurrección en Kenia de los Mau Mau. Amín se reveló como un buen soldado, y no tardó en ser ascendido. Además, su físico imponente (medía 1,95 y pesaba más de 100 kilos) le inclinó hacia la práctica del boxeo (llegó a ser campeón ugandés de los pesos pesados de 1951 a 1959). Su condición de deportista de élite hizo subir su popularidad. El presidente del país, Milton Obote, se fijó en él y fue haciéndolo pasar por puestos de responsabilidad. Idi Amín, el iletrado, el casi analfabeto, aprovechó cada oportunidad que le ofrecían.
En 1962, Uganda obtuvo la independencia de Inglaterra, país al que había estado unido en régimen de protectorado desde 1894. Llegaban tiempos nuevos, y, convertido en uno de los hombres de confianza del presidente Obote, Idi Amín fue nombrado jefe del Estado Mayor. Podía no ser culto ni inteligente, pero poseía esa clase de agudeza pedestre que resulta suficiente para medrar. Empezó a dirigir negocios de contrabando con los que amasó una fortuna y a los que Obote no era ajeno, y fue creando a su alrededor una guardia pretoriana en la que se apoyó para dar un golpe de Estado en enero de 1971.
La llegada al poder de Idi Amín trajo consigo una profunda purga del ejército, la policía y los funcionarios. Se hizo desaparecer a todos aquellos que se suponían leales al depuesto presidente Obote, especialmente a los pertenecientes a las tribus langui y acholi, muchos de los cuales tenían puestos de responsabilidad. Para cubrir los centenares de vacantes que quedaron en el ejército y la Administración, Idi Amín recurrió a su propia gente. Eran tantos los puestos a ocupar, que se vigiló muy poco la idoneidad de los candidatos. Oficinas y ministerios eran manejados por analfabetos. La situación era tan descontrolada que dentro del ejército hubo oficiales que se ascendieron a sí mismos. El mundo civilizado se dijo que aquel caos era el peaje que había que pagar para que la situación se normalizara. Idi Amín estaba estableciendo una dictadura atroz, pero el Primer Mundo prefirió mirar hacia otro lado y esperar acontecimientos.
El desorden administrativo vino acompañado de los primeros problemas económicos. Un año después de su llegada al poder, Amín tuvo una idea brillante: expulsar del país a los ciudadanos asiáticos que llevaban décadas establecidos en Uganda y expropiar sus propiedades para entregarlas a los ugandeses. El dictador, que había expresado su admiración por la figura de Adolf Hitler, utilizó los argumentos del genocida a la hora de organizar los pogromos de los judíos: los asiáticos eran avaros, estafadores y se habían hecho ricos engañando a los ugandeses. Pero aquello se había acabado: indios, bengalíes y paquistaníes tenían tres meses para salir del país. Sólo podrían llevar encima el equivalente a 100 dólares.
Nadie osó discutir la decisión. En noventa días, unas setenta mil personas abandonaron Uganda dejando tras de sí todo lo que poseían. Ni siquiera los más agoreros habrían podido pronosticar que la economía del país había quedado herida de muerte. Porque eran los asiáticos quienes sostenían casi el cien por cien del tejido comercial ugandés. Entre ellos había grandes propietarios de factorías diversas, de ingenios azucareros a tostaderos de café o fábricas de tejidos, pero también centenares de pequeños comerciantes cuyas tiendas abastecían a la población. De los colmados a las empresas, todo quedó abandonado y fue repartido sin orden ni concierto entre la gente de Idi Amín. Muchas de las tiendas se entregaron a militares que despachaban a los clientes vestidos en traje de campaña. Un policía se hizo cargo de una camisería y confundió las etiquetas de las tallas con las de los precios, así que vendió la mercancía por cantidades irrisorias. Un criadero de reses fue traspasado a un carnicero amigo de Amín. El tipo las mató a todas para vender la carne, y luego echó el cierre. No hace falta decir que en cuestión de semanas todos aquellos negocios fueron llevados a la ruina.
Mientras, en el país se inauguraba una era de terror impuesta por los esbirros de Amín. Los asesinatos eran algo que ocurría todos los días. Las cárceles se convirtieron en centros de tortura. Aquellos que consiguieron escapar con vida de los centros de exterminio relataban los horrores vividos. En una ocasión se requirió a unos recién llegados a la prisión de Makindye para limpiar una celda. Espantados, descubrieron que en el suelo había más de un dedo de sangre, y en las paredes, restos orgánicos de los presos que les habían precedido. Otro hombre contó cómo les habían obligado a rematar a martillazos a un grupo de prisioneros moribundos. Lo curioso es que la mayoría de los detenidos ni siquiera sabían por qué se encontraban allí. Podían haber sido denunciados por un vecino envidioso o por una novia despechada, esgrimiendo acusaciones tan peregrinas como la de tener simpatías sionistas, pues Amín había declarado odio eterno a los judíos.
Hubo tantos muertos que se llegó a perder la cuenta de las víctimas. Oficialmente, muchos de los fallecimientos se achacaban a accidentes de tráfico. Otras veces, una persona desaparecía y nunca más se volvía a saber de ella. Por eso, a la sombra de aquel sistema terrorífico surgió una nueva profesión: la de buscador de cadáveres. Generalmente, los “buscadores” eran policías o incluso torturadores a las órdenes de los sicarios del Gobierno, que devolvían a las familias los cuerpos de los fallecidos previo pago de una cantidad. Recuperar los restos de un funcionario costaba 600 dólares, pero la cifra ascendía a 3.000 si se trataba de encontrar a un alto cargo. Muchos de los cuerpos presentaban mutilaciones espantosas. Aquellos que no eran reclamados solían acabar siendo pasto de los cocodrilos. En aquella época, los saurios ugandeses estaban tan bien alimentados que no eran capaces de terminar con el abundante alimento que los chicos de Idi Amín les proporcionaban, así que no era raro ver decenas de cadáveres descomponiéndose en las márgenes del río, e incluso una central eléctrica se averió porque un montón de cuerpos atascaban las turbinas situadas en un salto de agua.
Todo el mundo sabía que los crímenes, por terribles que fueran, quedaban impunes. La vida de cada ugandés estaba a expensas de no caer en desgracia con alguno de los 15.000 hombres que ocupaban puestos de cierta relevancia en el Gobierno del país. En una ocasión, un autobús en el que viajaban una veintena de jóvenes enfermeras desapareció en plena noche tras ser detenido por un grupo de policías. Las chicas fueron llevadas a un garaje y violadas repetidamente por decenas de hombres hasta que se hizo de día. Luego las dejaron marchar. Ninguna denunció el caso.
Mientras, Idi Amín había añadido a su nombre la voz suajili “dada”, que significa “gran padre” o “abuelo”, para subrayar sus intenciones protectoras con respecto a su pueblo. A veces pedía que le organizasen mítines con estudiantes y les dirigía discursos pidiendo que tuviesen cuidado con las enfermedades de transmisión sexual: “Os quiero mucho y no deseo que ninguno de vosotros tenga gonorrea”. En otras ocasiones daba conferencias a los médicos: “Debéis ser limpios y lavaros bien las manos cuando vayáis a operar”. Especialmente delirantes eran sus viajes por las aldeas de Uganda, en los que prometía a los campesinos la construcción de escuelas, dispensarios o autopistas. Si, tímidamente, alguien se atrevía a indicar que no había dinero para emprender aquellas acciones, el dictador ordenaba imprimir más billetes a la Fábrica Nacional de Moneda.
Eran muchas las leyendas que circulaban alrededor de la figura del tirano. Dicen que disfrutaba azotando a sus enemigos con látigos de piel de hipopótamo o sugiriendo a un condenado a muerte que suplicase clemencia para evitar la ejecución. Los reos lloraban, gemían y se arrastraban ante Amín, pero igualmente terminaban en el patíbulo. Le gustaba humillar a las personas. En una ocasión obligó a media docena de hombres de negocios occidentales a llevarle en un palanquín durante una fiesta. Luego hizo publicar las fotos para demostrar “la sumisión del hombre blanco a Idi Amín Dadá”.
Otras historias son más difíciles de comprobar. Se hablaba de la afición de Amín por comer el hígado de sus víctimas, convencido de que así impediría que su espíritu regresase para vengarle. El dictador creía a pies juntillas cualquier majadería que viniese de labios de los brujos a su servicio. Uno de ellos le dijo que si quería evitar morir en un atentado, debía llevar siempre con él a uno de sus hijos pequeños. Dicho y hecho: era frecuente ver a Idi Amín acompañado de algún pobre crío que dormitaba en las ceremonias oficiales embutido en un traje militar y cargado de condecoraciones. Por suerte para Amín, a la hora de llevarse a un hijo consigo tenía donde escoger. Tuvo al menos cuarenta vástagos de sus cinco esposas y sus veinte amantes oficiales, aparte de las mujeres que pasaron ocasionalmente por su cama.
El destino de sus esposas fue cualquier cosa menos amable, e incluso el de una de ellas acabó en tragedia. Al parecer, Amín pidio el divorcio a sus tres primeras mujeres –Malyamu, Kay y Nora– cuando supo que éstas le eran infieles. La vida de las tres se convirtió entonces en una pesadilla, pues el marido burlado y sus secuaces no dejaron de hostigarlas. Finalmente, Kay apareció muerta y descuartizada en el maletero de un coche. Malyamu y Nora consiguieron salir del país. Para entonces, el tirano tenía ya otras dos esposas, Madina y Sarah, que solían lucir moratones que achacaban a accidentes domésticos.
Amín alardeaba en público de su virilidad. Cuando se encaprichaba de una mujer, lo primero que hacía era mandar asesinar al novio o al esposo para después iniciar el cortejo, que podía culminar en relaciones sexuales consentidas o en una violación. El ejemplo cundió enseguida entre sus esbirros, que no tardaron en imitar sus métodos de conquista: elegir a una joven, eliminar al posible rival, forzar a la víctima. Nunca había represalias.
Precisamente fue uno de estos casos lo que provocó una de las escasas manifestaciones públicas en contra del Gobierno de Dadá. Sucedió en el verano de 1976. Un universitario, Paul Sewanga, fue asesinado al tratar de evitar que un oficial ugandés violase a su novia. Días después, una testigo del crimen apareció muerta. Y los estudiantes salieron a la calle. El propio Amín Dadá se entrevistó con el rector de la Universidad para asegurarle que se investigaría el asunto y se castigaría a los culpables, “pero”, añadió, “también habría que contener a estos chicos”. Lo que ocurrió después varía según las versiones. Centenares de estudiantes fueron detenidos y torturados. Algunos dicen que la cosa acabó ahí, pero otros aseguran que el campus quedó sembrado de cadáveres mutilados.
Ese mismo verano de 1976 sucedió algo que debería haber puesto al mundo occidental en guardia contra el tirano. El 28 de junio, un avión de Air France que había salido de Tel Aviv con 300 pasajeros a bordo fue secuestrado por guerrilleros de la OLP y obligado a aterrizar en el aeropuerto ugandés de Entebbe. Se pretendía canjear a los rehenes por 53 presos palestinos, y eligieron el país de Idi Amín, conocido por sus ideas antisionistas, para llevar a cabo las negociaciones. El proceso fue un caos completo. Se instaló a los secuestrados en una sala del aeropuerto. Algunos de ellos fueron liberados; otros, trasladados a hospitales desde donde se les entregó a sus respectivas embajadas. Finalmente, los servicios secretos israelíes tomaron el aeropuerto poniendo fin al secuestro, que se saldó con la muerte de todos los captores, un rehén y decenas de militares ugandeses. Idi Amín montó en cólera cuando supo que la historia había terminado mal, y al enterarse de que una rehén angloisraelí permanecía ingresada en un hospital de Kerala, hizo que la sacaran a rastras de la clínica. La mujer, una anciana llamada Dora Bloch, fue asesinada. El fotógrafo que distribuyó unas fotos de su cuerpo calcinado también apareció muerto en una cuneta días después.
Para entonces, el mundo ya tenía datos suficientes para saber quién era en realidad Idi Amín Dadá. Algunos vinieron precisamente del documental filmado en 1974 por Barbet Schroeder que Amín quiso censurar de forma expeditiva. En una de las escenas del filme (fotografiado por Néstor Almendros), un ministro hace una suave recriminación a su jefe supremo. El hombre fue asesinado un par de días después. La película muestra a Dadá lanzando diatribas feroces contra sus enemigos judíos, dirigiendo un simulacro circense de toma de los altos del Golán, bailando, gesticulando y hasta espantando cocodrilos en un balsa. Cuando la cinta se estrenó en Europa, la prensa inglesa escribió que Idi Amín era “el mejor cómico desde Woody Allen”. Eso fue todo. El mundo decidió que aquel gigantón negro era un mamarracho del que poder reírse. El Hitler africano campaba por sus respetos con una impunidad total, sin que ningún país condenase sus actividades. Mientras la civilización occidental se estremecía ante los abusos de poder de las dictaduras de Franco, de Pinochet o de Oliveira Salazar, mientras miles de personas salían a la calle para denunciar las torturas y los asesinatos de los regímenes totalitarios de Europa y Suramérica, Idi Amín Dadá sólo provocaba pitorreos. Habría que esperar hasta 1977 para que, desde Londres, los países de la Commonwealth firmasen un escrito en el que se condenaba formalmente el Gobierno de Idi Amín. Quien fuera embajador estadounidense en Uganda, el profesor Thomas Melady, confesaría en un libro que el Gobierno de Estados Unidos no prestó la más mínima atención a sus advertencias sobre la situación del país. Dadá sólo recibió admoniciones desde EE UU cuando criticó el lanzamiento de bombas sobre Vietnam durante la era Nixon. Por cierto, que cuando estalló el escándalo que llevaría a la dimisión al presidente estadounidense, Amín le envió un telegrama deseándole “una pronta recuperación del Watergate”. Los cables del dictador merecen un capítulo aparte en la antología del disparate, como aquella vez que envió a Gerald Ford uno que empezaba diciendo “Te amo”, para acabar pidiéndole que dimitiese y pusiese a “algún negro” en su lugar.
Idi Amín se mantuvo en el poder hasta enero de 1979, unos meses después de que el ejército de Uganda violara las fronteras de Tanzania y las fuerzas armadas tanzanas invadieran el país. Dadá se refugió primero en Libia, luego en Irak y acabó instalándose en Arabia Saudí. Para vergüenza de la comunidad internacional, Idi Amín vivió un plácido exilio junto a treinta y tantos de sus hijos y sus dos esposas legítimas. Nada perturbó su vejez, y murió a los 78 años de una afección pulmonar en un hospital de la ciudad saudí de Jedda. Nunca respondió por sus crímenes, jamás se sentó en un banquillo, nunca fue procesado. El exilio fue su único castigo, y es difícil que un salvaje como él tuviese una conciencia clara de lo que supone para un hombre la condición de apátrida.
Cuando los periódicos recogieron la noticia de su muerte, ocurrida el 18 de agosto de 2003, muchos no recordaban a Idi Amín. Y la pregunta inevitable es: ¿habríamos olvidado tan rápidamente a Pinochet, a Ceausescu, a Karadzic? Nuestro sistema ético es capaz de espantarse con las atrocidades cometidas bajo el amparo de Hitler o de Stalin, pero la actitud de Occidente es distinta cuando es África el escenario de los crímenes de Estado. Idi Amín dejó en Uganda trescientos mil cadáveres y un país devastado, pero hoy muchos lo recuerdan como un payaso protagonista de un documental delirante, que reía a carcajadas, bailaba alrededor del fuego y espantaba a los mismos cocodrilos que devoraban los cuerpos de las víctimas de su imperio del miedo.

LA HISTORIA SIGUE ADELANTE. por Ivan Romero Torres

La Historia es apasionante y enigmática a diferencia de lo que la mayoría de las personas piensan, en especial los jóvenes. Pero esto es entendible si recordamos el pésimo sistema educativo que tenemos en México, las formas en que se enseña la Historia en el los diversos niveles educativos, principalmente primaria y secundaria, son demasiado obsoletas e inflexibles porque no permiten al estudiante la flexibilidad de pensamiento y solo promueven la memorización de fechas y nombres de héroes, en fin, es una historia de bronce. Este tipo de historia es promovido desde las más altas esferas del gobierno y en la actualidad es aun más palpable con las reformas educativas que repercuten directamente en los planes de estudio en el área de humanidades. La Filosofía ha sido desplazada en los planes de bachillerato, pero ¿qué le espera a la Historia?, no pienso que sea el fin de ella, pero si una buena oportunidad para replantear el papel de la historia en la sociedad, porque partiendo de este punto la sociedad tendrá mayor claridad de lo que puede aportar la Historia y quitarle la etiqueta de “aburrida”, “complicada” y apabullante de datos. Por último considero que la función del historiador no es hacer consiente a la sociedad de su realidad, sino brindar los medios y herramientas para que cada persona forme su propia conciencia y tenga presente su pasado con el fin de mejorarlo.

REFORMA POLÍTICA DE CALDERON. por Luis Alberto y Juan Carlos

El pasado martes 15 de diciembre del presente año, el presidente de la República daría un anuncio, creo que nadie de la sociedad se esperaba lo que iba a decir; "recorte y reelección en el poder público". la siguiente nota es del periódico la jornada en su publicación del día miércoles 16 de diciembre.


Recorte y reelección en el Congreso, pide reforma política de Calderón


A contrarreloj, el presidente Felipe Calderón propuso ayer al Congreso de la Unión una reforma política que incluye la instauración de la segunda vuelta en los comicios presidenciales y candidaturas independientes en todos los cargos, así como la disminución del número de diputados y senadores.

La iniciativa, que fue enviada al Senado cuando faltaban horas para que concluyera el periodo ordinario de sesiones, tiene tres puntos en común con los ocho que impulsa Manlio Fabio Beltrones, coordinador del PRI en esa cámara, y que hasta ahora es el planteamiento más visible:

La relección de legisladores federales, locales y delegados (hasta por 12 años en total), la reducción del número de integrantes del Congreso y la votación en referéndum de determinadas reformas constitucionales.

Con el formato de un decálogo, Calderón anunció que busca además aumentar de 2 a 4 por ciento la votación requerida para que un partido conserve el registro, que los ciudadanos y la Suprema Corte de Justicia de la Nación puedan presentar iniciativas, y que el Presidente también envíe iniciativas preferentes, con el propósito de evitar que permanezcan en la congeladora y pueda hacer observaciones al presupuesto y a leyes aprobadas.

Al hacer un llamado al Congreso para que analice este paquete de cambios, señaló que la meta es que la "política deje de ser sinónimo de conflicto y de parálisis en México".

Por ello, anunció que tomará en cuenta las observaciones del Instituto Federal Electoral (IFE) para elaborar en semanas subsecuentes otras iniciativas de ley en la materia y concretar la que bautizó como la "transformación más profunda" que se haya implementado en mucho tiempo.

Casi tres meses después de anunciar esta intención, el Presidente dio lectura a un mensaje acompañado por primera vez por Miguel Alessio Robles, consejero jurídico de la Presidencia de la República, y por su esposa Margarita Zavala, quien se sentó a un costado de la primera fila del área de prensa en el salón Manuel Ávila Camacho.

Tras criticar las reformas que se han realizado en los últimos 15 años porque no han logrado gobiernos más eficaces, afirmó que su propuesta es para que el poder "se someta de manera clara y más contundente a los electores", y que "el ciudadano sea quien premie el buen desempeño o castigue un ejercicio irresponsable o insensible del poder". Luego presentó sus 10 propuestas:

Relección: Dejar en libertad a las legislaturas locales y a la Asamblea del Distrito Federal para poder establecer la elección consecutiva de los alcaldes y demás miembros de los ayuntamientos, así como de los jefes delegacionales, por un periodo máximo de 12 años.

La premisa, dijo, es que quien gobierne bien siga en el cargo y quien lo haga mal o mediocremente se vaya.

En segundo lugar planteó que se permita también la relección de legisladores federales por el mismo periodo, con la idea de recuperar para los ciudadanos un poder que se les había negado desde 1933, ya que el Constituyente de 1917 no restringió la posibilidad de los congresistas para repetir inmediatamente en el cargo.

Reducción de diputados y senadores: También defendió la eliminación de 32 escaños plurinominales, para que haya 96 senadores en total.


Articulo completo:
http://www.jornada.unam.mx/2009/12/16/index.php?section=politica&article=003n1pol




Lo Propuesto por el presidente de la nación mexicana, es algo de suma importancia, simplemente vemos como reacciono la sociedad, primeramente empezando con los partidos políticos de oposicion PRI y PRD.
Se expresa que la reforma es algo un tanto substancial, es contradictorio hablar de una reelección por todo lo que vino a ocacionar, remontandose a la Revolución de México que uno de los frutos era combatir la no reelección, y en este momento viene el presidente al hablar de una reelección, como que esto no va.
Por otro lado la reducción del congreso es algo positivo, ya que vemos que en realidad si un chingo las personas que se encuentran sentados en un curul, si es algo positivo reducir el numero del congreso, además en que afectaría el reducir el numero si sera igual su comportamiento de nuestros representantes en el poder legislativo.

Para Terminar esta opinión queremos compartir e invitar a leer un apartado llamado La Historia , maestra de la Política de Arnaldo Córdova que escribe en el libro Historia ¿para qué?; aqui el autor señala aspectos muy interesantes, además podríamos entender un poco la política de nuestro Estado se comporta de esta manera.
Así terminamos este pequeña opinión de lo propuesto por nuestro presidente, mencionando lo que dice Arnaldo Córdova:
Nuestra época, nuestro tiempo histórico, está marcado por ese fenómeno de trascendencia no sólo nacional sino también continental que es la Revolución mexicana.

BANKSY. por Ivan Romero Torres

Banksy es el seudónimo de un graffitero nacido en Bristol, Inglaterra, el cual es famoso en el mundo por realizar esténcils en donde expresa una critica al funcionamiento social y político. Sus obras han adquirido tanta fama que se han llegado a pagar hasta 300,000 euros en subastas. La identidad de Banksy es en enigma pero no cabe duda que sus expresiones artísticas impactan la conciencia del público por el ingenio contenido en sus esténcils. Por esto presentamos en este blog algunas de las obras de Banksy para que ustedes expresen su propia opinión.




lunes, 14 de diciembre de 2009

LA LEYENDA DEL CALLEJON DEL MUERTO!!!!

La leyenda folklórica, definida en pocas palabras, es: una narración localizada, individualizada y objeto de fe.

La leyenda es entonces una historia que es creída y que es contada, acerca de un hecho relacionado con alguna persona, real o fabulosa.

La leyenda, según Jesús Ernesto Nieto Ocampo, es una historia verdadera, aunque trate de acontecimientos sobrenaturales, es creída por sus narradores y apreciada como perteneciente al mundo real del narrador y su audiencia.

Una de las leyendas más populares de Toluca, que prevaleció en la transmisión oral, hasta un poco después de la primera mitad del siglo XX, y que inclusive repercutió en la nomenclatura de la ciudad, es la del Callejón del Muerto, una estrecha callejuela paralela al antiguo Callejón del Carmen, que hoy ubicaríamos, más o menos sobre el eje de la pequeña calle del Licenciado Verdad, que corre paralela al costado oriente del actual Palacio de Gobierno.

Dos cronistas toluqueños, no por nacimiento, sino por arraigo, se ocuparon de llevar a una forma literaria, este suceso que perdura en la memoria colectiva, ellos fueron: Gustavo G. Velázquez y Leopoldo Zincúnegui Tercero, quienes en su momento escribieron sendas versiones de este suceso.

Aunque la intención de este artículo no es entrar en el análisis folklórico de la leyenda en particular, sino a traer a la memoria uno de los relatos más tradicionales de la ciudad, si es importante hacer algunas reflexiones, para una mejor interpretación de la misma.

Las dos versiones de los autores citados, son muy diferentes una de otra; sin embargo, cumplen con los requisitos de la documentación de la ciencia folklórica, por un lado existe la forma básica: se trata de una pareja, que habita en una extraña y misteriosa casa, del mismo estrecho callejón – que más tarde se llamaría Del Muerto-; en ambos casos la mujer es joven y encantadora, en tanto que él, es un español viejo, violento, altanero, cruel, huraño, antipático, feroz, en resumen, un tipo intratable.

Por cuanto a los variantes que exige la teoría del Folklore, están presentes también, aunque no las mencionamos, para no adelantar al lector los desenlaces.

Indiscutiblemente que en esta leyenda existe un remoto ingrediente histórico: la confrontación de los insurgentes con los realistas durante la guerra de Independencia, época de la que probablemente date de este relato popular.

Paulo de Carvalho-Neto, uno de los estudiosos del Folklore que más elementos ha aportado a esta disciplina, en su libro El Folklore de las luchas sociales, hace algunos señalamientos que nos permiten identificar en la leyenda del Callejón del Muerto, ciertas características de la lucha social, considerando entre éstas, una lucha de género entre el hombre y la mujer, una lucha racial entre el español y la mexicana, una lucha política entre insurgentes y realistas. Las categorías empleadas para el análisis y clasificación del folklore de estas luchas son generalmente las de: ataque-defensa, opresión-resistencia, injusticia-justicia, etcétera.

En las dos interpretaciones de la leyenda toluqueña que hoy presentamos, está presente el mal trato que sufre, en este caso, una dominada (la mexicana) a manos del dominador (el español). Inclusive en la versión de Zincúnegui, ella no alcanza ni apellido, mientras que él, además de si tenerlo, lleva el tratamiento de “don”.

En la versión del maestro Velázquez, no sólo resalta el tácito triunfo de los insurgentes sobre realistas en aquella guerra independentista, sino que destaca una especie de “dulce venganza”, como se verá más adelante.

Habiendo sido ya amplio este preámbulo, vayamos a la síntesis de la leyenda, visto por nuestros dos queridos cronistas:

Zincúnegui, dice haber escuchado la leyenda cuando tenía alrededor de doce años, si tomamos en cuenta que nació en 1895, podemos entonces inferir que le fue transmitida por allá de 1907, aproximadamente.

El acontecimiento narrado ocurre en una casa de un callejón cercano a la calle del Cura Merlín; muy cerca del templo del Carmen. En esa casa vivía una pareja, él se llamaba don Carlos López y Mendoza y ella Carmen. Realmente muy poco se sabía de ellos, salvo algunas indiscreciones de una sirvienta, quien aseguraba que algo grave ocurría entre los dos, pues nunca se hablaban a la hora de las comidas y ella se la pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en su recámara, llorado incansablemente y besando el retrato de un niño pequeño que se le parecía mucho.

Una noche, aquella sirvienta vio al “siñor” salir del cuarto de la señora, ésta en medio de un mar de lagrimas, sollozante demandaba con voz conmovedora: ¡Carlos, mi hijo!… ¡Devuélveme mi hijo! Y eso era todo.

Así las cosas, una noche a eso de las doce, un disparo –que en el silencio del callejón debió haberse escuchado formidable- interrumpió el sueño de los vecinos, quienes temblorosos y a medio vestir, salieron a enterarse del motivo de aquella inesperada detonación.
Poco después llegaba la policía a recoger de la mitad de la calle, el cadáver de un hombre, al parecer joven no mal parecido, con una bala incrustada en la sien derecha.

Como en el interior de la casa misteriosa partían sollozos estridentes y gritos estentóreos, el jefe de policía al penetrar en el interior, había encontrado a la infeliz sirvienta presa del terror. La recámara de doña Carmen era un cuadro horrible y macabro, pues ésta, yacía en un mar de sangre, con la cara desfigurada, el cráneo hundido y roto y los miembros increíblemente mutilados, prueba inequívoca de la saña que debió haberse apoderado de su asesino.

¿Quién era el autor de aquella feroz hazaña, en la que habían perdido la vida dos seres humanos?

La acusación de los vecinos del barrio, era obviamente: ¡Don Carlos! ¡Don Carlos!

Pero don Carlos había desaparecido, como todos los cobardes, había huido dejando las huellas sangrientas de su paso a través de las habitaciones, hasta el corral, cuyas tapias pudo escalar fácilmente.

Tratar de encontrarlo fue tarea inútil, se esfumó para siempre: Sin embargo, una carta escrita el mismo día de los acontecimientos y hallada entre los papeles del individuo que sucumbiera a manos de don Carlos, aclaraba el asunto.

La carta de doña Carmen decía:
“Señor Fernando de Santillana.
Presente.

Querido hermano:

Es absolutamente preciso que yo te hable esta noche.
Mi marido tiene sospechas de mi conducta y de mi fidelidad. ¡Esto es horrible!
Como no le he podido revelar el secreto de nuestro nacimiento, está en la creencia de que eres mi amante y de que yo lo estoy traicionando.

¿Qué hacer? ¿Habrá necesidad de deshonrar a nuestra querida muerta para salvar mi honor?… ¡Pobre madre mía!

La desesperación me mata. No se que hacer. ¡He llorado tanto! Mas lo que colma la copa de mis sufrimientos, es el hecho dolorosìsimo de que, en su desconfianza, ha llegado a dudar el insensato, de que su hijo lo sea de verdad y lo ha separado de mi lado, para darle, acaso, la muerte.

Ven por Dios, esta noche, pues necesito tus consejos. Todo lo temo de este hombre, a quien odio por su brutalidad y sus excesos.

Tu pobre hermana, Carmen”.


Zincúnegui concluye su relato, de la siguiente manera:

“Y es fama en Toluca que desde entonces, al sonar las doce campanadas de la media noche, en el doliente y melancólico reloj del convento del Carmen, un fantasma impreciso, una vaga silueta, mezcla de luz y de sombra, atravesaba el entonces cementerio, salía a la calle del Cura Merlín y, torciendo por el callejón del Muerto, desaparecía al pisar los umbrales del viejo y chaparro caserón bautizado por el vulgo con el título de “Casa de las Animas”…”

La leyenda que recrea el maestro Gustavo G. Velázquez es diferente a la de Zincúnegui, lo cual no debe extrañarnos, pues como todo hecho folk, es muy común que siendo patrimonio popular, los transmisores se sientan con la autoridad suficiente para agregar, suprimir o cambiar algunos rasgos. Así que son fácilmente identificables las variantes que el tiempo y los portadores le fueron dando, así como la constante que se conserva y fundamentalmente es que se trata también de una pareja que había contraído matrimonio: Ana de Bobadilla, criatura graciosa de 15 años de edad y don Antonio de Manjarrez, viejo, rico y cruel asturiano.
Los hechos suceden así:
En 1811 los insurgentes pretendieron tomar la ciudad de Toluca, entre los realistas estaba Manjarrez. Un arcabuzaso lo dejó impotente, lo que le agrió el carácter, descargando su cólera contra la joven Ana, a quien torturaba y atormentaba. La ensillaba cual bestia, la sangraba, la ataba al balcón y la azotaba. Ella lloraba y se quejaba, por lo que se corría el rumor que en esa calle espantaban.

Una noche dejaron de oírse los lamentos y no se volvió a ver a ninguno de los dos. La casa cerrada motivó que se pensara en algo terrible.

A los pocos días, un olor penetrante y nauseabundo hizo pensar en un crimen, hasta que la autoridad seguida de un cura y muchos curiosos, abrieron la casa encontrándose efectivamente un puñal ensangrentado y después un cadáver… ¡El de Antonio de Manjarrez!

Días después, se vio en Sultepec a Ana de Bobadilla, del brazo de un soldado insurgente…

Estas son dos “sabrosas” narraciones de un mismo sucedido.

Agradecimientos a : Lic. Gerardo Novo Valencia

miércoles, 2 de diciembre de 2009

EL PASADO PREHISPANICO DE HUIXQUILUCAN (HITZQUILLOCAN). por Aida Mejía Torres

Huixquilucan es un municipio del estado de México, el cual pertenece a la zona metropolitana de la ciudad de México, Huixquilucan se localiza en la parte centro del Estado de México en la vertiente oriental del monte de Las Cruces. A una altura variable que va de los 2,501 a los 3,500 metros sobre el nivel del mar. Colinda al norte con Xonacatlán, Naucalpan de Juárez y Jilotzingo; al sur con Ocoyoacac, Acopilco y las Delegaciones Miguel Hidalgo y Cuajimalpa del Distrito Federal; al oeste con Lerma y por el este con la delegación Cuajimalpa del Distrito Federal.

Etimológicamente el nombre de Huixquilucan se compone de los vocablos derivados del náhuatl huitzquilitl o huitzquillutl derivado de huitzquilitl, cardo comestible, de los cuales se deriva el nombre “huitzquillocan atlyxamacayan” que significa “pueblo ubicado en un lugar de cardos comestibles y de varas espinosas, donde se precipitan y encajonan las aguas” .

El escudo o jeroglífico representa un montículo (elevación geografica) tepetl o cerro con laterales sinuosos semicirculares. En la cima y en la parte inferior e interior tiene un maguey. Los extremos laterales del escudo representan simbólicamente el campo donde se encajonan y precipitan las aguas .

Antes de la llegada de los españoles, el territorio que actualmente comprende el municipio de Huixquilucan fue dominado sucesivamente por otomíes, tecpanecas, mexicas y acolhuaques.

Durante la época prehispánica, el territorio conocido como la región de la Cuautlalpan o sierra de Las Cruces fue habitada por los otomíes que llegaron en el peregrinar como otras familias, en el siglo XI año de 1031. Inicialmente vivieron en las crestas de los cerros, aprovechando la abundante vegetación, se alimentaron de la caza de conejos, liebres, armadillos, ciervos y mapaches, saciaron su sed con el agua que brotaba por doquier y hallaron entre las rocas moradas para sus noches y templos para sus deidades rudimentarias: Makata y Makame; el primero representaba a las montañas, a la lluvia y al poder fecundante. La segunda al poder fecundado, al principio pasivo, a las flores. También adoraban a Otontecutli a la parte más alta de los cerros, en las cuevas y en los enormes monolitos o piedras sagradas .

Algunos historiadores relatan que “un viejo llamado Ízate, Mixcoatl y su mujer Ilancueitl tuvieron seis hijos, todos de diversa lengua, llamados Xelhua, Tenoch, Olmecatl, Xicallancatl, Mixtecatl y Otomitl, los cuales fueron progenitores de otras tantas naciones del Anáhuac”; así en esta descripción de mito se hace la referencia al origen de los primeros pueblos que llegaron para quedarse al territorio del continente de la inmensidad .

Los otomíes, una de las razas más misteriosas y antiguas del anáhuac. Su nombre, Otomí; en otomí se compone de Otho “no poseer nada” y mí “establecerse” los que al establecerse no poseen nada, interpretación aceptada por considerarlo un pueblo errante; en náhuatl, Otocac “el que camina” y mitl “fecha”, el cazador que camina cargando flechas. Estas interpretaciones explican sus principales características sociales y económicas.

Los otomíes, fueron conquistados en la época prehispánica primero por las civilizaciones olmecas y luego por los nahuatlacos. Los de esta región fueron sometidos por Tlacopan, cuyo dominio abarcaba desde la orilla del lago hasta la cima de las sierras de Las Cruces. Los tecpanecas a su vez fueron derrotados por los mexicas y los acolhuaques y su principal asentamiento paso a ser Tlacopan, reconocida como uno de los miembros de la Triple Alianza.

Naturalmente que los vecinos inmediatos a los mexicas fueron los primeros destinados a sufrir las consecuencias de instituciones religiosas. Según el Códice Mendocino, en tiempo de Ixcoatl, al invadir Azcapotzalco es conquistado todo el territorio aledaño a Coaximalpan, Ocoyoacac y Uzquillocan.

Los aztecas no destruían las organizaciones políticas y sociales de los pueblos conquistados, sino que dejaban en el poder a los caciques locales siempre y cuando aceptaran pagar los tributos y plegarse a su dominio o en su defecto les imponían su religión, leyes, lengua y costumbres. En ocasiones imponían sus conceptos religiosos e introducían sus ritos y su lengua, por esta razón los principales pueblos ostentan nombres en náhuatl como Huitzquillocan, Tecpan, Atliyacac, Xaxalpan, Yetepec, Mexicapan, Texcelucan, Ayotusco Coatepec, y Tecamachalco .

Cuenta la mitología que en esta época Huitzquillocan, lugar de bosques, arroyuelos y abundante vegetación, gustó al emperador Moctezuma Xocoyotzin quien mandó construir un palacio en el barrio de Tecpan (San Martín Teopan), que quiere decir en náhuatl “lugar donde esta el soberano o palacio morada de un tlatoani un noble .

También es en Huixquilucan el lugar donde se cree descansan los restos del primer tlatoani azteca Acamapichtli quien gobernó del año 1376 a 1396 d.C y falleció el año de 1396, aunque al momento de escribir el presente trabajo ignoro el lugar exacto de su tumba.

En este tiempo los indígenas solían danzar en honor a sus dioses, formando grupos que recorrían montañas, valles y pueblos a los que más tarde se les llamó huehuenches. Sus deidades se hallaban en la cima de los cerros, y se identificaban con la lluvía, la tierra, la agricultura, la serpiente o la mujer que aloja a sus hijos en sus entrañas, especialmente danzaban a Makamé, diosa femenina de la fertilidad, a quien le ofrendaban productos del campo en las cuevas del cerro de la campana (Don’gú en otomí sinónimo de teocalli en náhuatl que refiere a la residencia del soberano o señor supremo) y a Makatá masculino representativo de Huitzilopóchtli.


Templo de Moctezuma

Cuenta la mitología que en esta época Huitzquillocan, lugar de bosques, arroyuelos y abundante vegetación, gustó al emperador Moctezuma Xocoyotzin quien mandó construir un palacio en el barrio de Tecpan (San Martín Teopan), que quiere decir en náhuatl “lugar donde esta el soberano o palacio morada de un tlatoani un noble actualmente creemos que se encuentra hubicado donde está la iglesia de San Martín Caballero santo patrono de la población.

En este tiempo los indígenas solían danzar en honor a sus dioses, formando grupos que recorrían montañas, valles y pueblos a los que más tarde se les llamó huehuenches. Sus deidades se hallaban en la cima de los cerros, y se identificaban con la lluvía, la tierra, la agricultura, la serpiente o la mujer que aloja a sus hijos en sus entrañas, especialmente danzaban a Makamé, diosa femenina de la fertilidad, a quien le ofrendaban productos del campo en las cuevas del cerro de la campana (Don’gú en otomí sinónimo de teocalli en náhuatl que refiere a la residencia del soberano o señor supremo) y a Makatá masculino representativo de Huitzilopóchtli.

Acolhuaques

Hacia 1502, asciende al trono mexica Moctezuma II, quien invita a los tlaxcaltecas a su entronización, con expresos saludos para Maxixcatzin, de Ocotelulco; estos asisten a Tenochtitlán, presenciando así el poder y esplendor de los mexicas. Dos años más tarde Moctezuma II decide doblegar de una vez por todas a los tlaxcaltecas, quienes solicitan una explicación de tal actitud, a lo que los mexicas responden que el señor de México es señor universal de todo el mundo, y que todos los nacidos son sus vasallos y que los que no se sometan serán arrasados. Tlaxcala responde con gran dignidad, a decir de Diego Muñoz Camargo, en los siguientes términos :

"Señores muy poderosos, Tlaxcala no os debe vasallaje, ni desde que salieron de las Siete Cuevas, jamás reconocieron con tributo ni pecho a ningún rey ni principal del mundo, porque siempre han conservado su libertad. Y, como no están acostumbrados a esto, no te querrán obedecer, porque antes morirán que tal cosa como esta consentir".

Los acontecimientos se precipitan, los mexicas se alían con los huejotzincas y hacen frente a Tlaxcala, siendo derrotados. Motecuhzoma II monta en cólera y jura vengarse de los tlaxcaltecas; mientras que los huejotzincas intentan sobornar a los otomíes que resguardan la frontera de Hueyotlipan, sin conseguirlo. Motecuhzoma II lanza un último ataque por todos los flancos, contando para ello con ejércitos zacatecas, tuzapanecas, tetelaques, iztamatleques, tzacuhtecas, tepeyaqueños, quechulanqueños, tecamachalcas, tecalpanecas, totomihuaquez, chololtecas, huejotzincas, texcocanos, aculhuaques, tenochcas, mexicanos y chalcas.

Los huejotzincas atacan con todas sus fuerzas llegando hasta Xiloxochitla, donde son rechazados por un valiente capitán de Ocotelulco, el cual ofrenda ahi su vida; los demás aliados de los mexicas y estos arremeten contra Tlaxcala, pero son detenidos por los otomies que custodian las fronteras y son obligados a retirarse con grandes pérdidas materiales y humanas. Los señores tlaxcaltecas van a premiar a los otomies, casando a sus grandes capitanes con sus propias hijas. La provincia se prepara para repeler cualquier otro ataque y contraatacar, reforzando puentes, pozos, murallas y guarniciones.

Después de estos enfrentamientos, huejotzincas y mexicas no vuelven a enfrentarse a los tlaxcaltecas sino hasta 1516, fecha en que es capturado el valeroso Tlahuicole, notable guerrero otomí que ha pasado a la historia por su colosal fuerza y por su profunda convicción del honor y la lealtad.